viernes, 23 de julio de 2010

Cuentos chiquitos para gente “Grande”

Sólo un ratico con Irma


¡PILAS! Los nombres de ésta narración son elegidos al azar por el autor, los eventos obedecen a la mera experiencia de estar vivo… cualquier coincidencia con la realidad debe ser dirigida a la conciencia del lector.


Aquí vamos… dijo él mientras tomaba un profundo suspiro y el hielo del cobarde pánico se espacia en su pecho rápidamente. Yo, bueno, hace algún tiempo, cuando… te acuerdas de Irma… y las palabras se enredaban en su lengua tanto como en su cabeza. Ella permanecía atenta, esperando algo, cualquier cosa, desde lo más trivial hasta lo más profundo, cualquier pendejada menos una confesión de infidelidad.


Es que yo – siguió él-, bueno sin culpa, ésa vez que te acuerdas que Irma se quedó en mi casa y que tú estabas en donde tus abuelos… y entonces una nube negra en el rostro de ella, con cuanta emoción negativa puede contener el alma humana, inundó su mirada y la puso a temblar más de ira que de dolor.


Es que estábamos mal, ¿te acuerdas?, tú dijiste que te ibas ésos días con tus abuelos y que nos tomábamos un tiempo para pensar y yo… y yo con Irma… y es que… mierda yo… fue entonces cuando el dolor de ella, se materializó en un par de lágrimas que parecían hervir al pasar por las mejillas al rojo vivo. Apretó los labios y se quedó callada mientras guardaba el celular y la agenda en el bolso, cerró la cremallera y salió del café casi corriendo. A él le temblaban las piernas y por unos pocos segundos, que parecieron muchos, pensó en si debía salir corriendo detrás a buscarla… una risita estúpida lo invadió por el miedo que sentía hormigueando en todo el cuerpo y brincó para buscarla, la alcanzó a menos de una cuadra, pero como sabía que no era del tipo de persona que hace escándalos en la calle, se arriesgó a cogerla por el brazo sin medir su fuerza. Entonces ella simplemente se volvió mierda. Allí delante de él y la gente que pasaba sin querer involucrarse más allá de la curiosidad, ella se descompuso en sus partes más elementales: llorando como una niña y se le iba el aire. La culpa fue tan brutal al verla así, al ver las consecuencias de sus actos, que él quiso remediar algo de la falta con la primera guevonada que se le ocurrió: Ven, mira, ¿te quieres sentar?, respira… no te pongas así…


Fue cuando estalló un fenómeno absolutamente natural, más destructivo que cualquier supervolcán y maremoto. No sea (…) Gonzalo –gritó ella de una manera tan desgarradora que la onda expansiva hizo estremecer los corazones a treinta metros a la redonda-, ¿por qué me hace esto ah?, ¡No me toque!, gritó finalmente con ira. Él se había llevado las manos a la cabeza como cuando un futbolista pierde la Copa del Mundo en un fallido tiro penal. El conductor de una buseta estaba morbosamente petrificado viendo la escena, hasta que él le dirigió una mirada tan violenta que lo hizo desistir.


Cuando volvió a mirarla, encontró que ya no inspiraba lástima porque el rostro de niña violentada se había transformado en una máscara deformada por la rabia. Estaba roja como un tomate y tenía apretados los dientes. En efecto le daba miedo. Le dijo que se “abriera”, que nunca más quería volver a verlo y luego una cantidad de cosas sobre “la perra ésa” que él no terminó de entender.


El tiempo pasó, las cosas con Irma nunca evolucionaron y por Dios podría jurar que lo intentó para no quedarse con las manos vacías. Como no era el tipo de hombre que lloraba, Gonzalo sólo se arrepentía en silencio. Ella no volvió a permitir que se cruzara en su camino y dolorosamente desapareció. Por su lado, él dejó de ser un ex novio para convertirse en un recuerdo doloroso primero, y aburrido después. Nadie puede saber qué sacaron de “bueno” los implicados en ésta historia: Gonzalo tuvo evidencia concreta sobre su poder para enredarse con cualquier mujer y apostarle a la infidelidad; su ex novia dejó de confiar en los hombres durante algún tiempo, pero luego se enamoró otra vez y le fue mejor; de Irma casi nadie se acuerda y menos aún se preguntan por ella. Algo si queda claro, el conductor de la buseta llegó aquella noche a su casa y por intuición básica abrazó a su mujer como no lo hacía en años y miró a sus hijos con ojos de gratitud.


Moraleja: Apuéstele a lo que quiera, juegue como quiera, pero a veces en ésta mesa nadie gana hasta que se da cuenta de lo que perdió...


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